miércoles, 17 de abril de 2013

Lo que aprendí del Rijksmuseum


Leyendo la noticia de la reapertura del Rijksmuseum tras diez años de obras, no puedo dejar de pensar en qué fue para mí este museo y qué aprendí entre sus obras. 

En primer lugar, el Rijksmuseum fue la razón por la que elegí Amsterdam como destino Erasmus. He tenido que aguantar muchas risillas cuando dices en qué lugar has estado, pero vamos, que hasta los catedráticos en arte contemporáneo me imaginaran fumando porros sin parar era algo que me repateaba. 

Porque Amsterdam tiene mucho más que Distrito Rojo (en el que hay una iglesia católica clandestina en un ático impresionante, por cierto). La ciudad tiene un arte bastante desconocido en los museos españoles donde sufrimos en exceso el arte italiano para mi gusto–, precedente muy importante del arte contemporáneo (tema del que quería hacer el Doctorado). Así que el destino solo podía ser Amsterdam, claro. 

Obviamente el Rijksmusum fue el primer lugar que visité, y sola, claro, porque estos acercamientos requieren que vayas así, como a una cita ciega, sola y a por todas…

Desde este primer día me ocurrió una cosa muy curiosa, y es que el Rijks se convirtió para mí en la puerta de acceso a la ciudad. De mi barrio (al sur) al Rijks había 5km, una distancia suficiente para no morirte pedaleando: atravesaba la bóveda del Museo bajo la que pasaba el carril bici (en este espacio siempre estaban unos músicos tibetanos tocando música tradicional), encadenaba la bici a las mismas verjas del Museo…y ya el centro-multitud-de-turistas-locos lo hacía andando. Así que era mi parking y mi emblema de bienvenida a la ciudad.

Pues allí estaba yo, en un Museo que se me hizo gigantesco. Porque había una parte más señorial y ordenada donde estaba los óleos: pero luego había salas y salas con porcelanas, cristal, dibujos…impresionante.

Por supuesto que lo primero que ves es la Ronda Nocturna (que me gustó pero no forma parte de mi Museo Imaginante, ohhhh!!), y en la misma sala los cuadros con barcos que tan horteras te parecen en casa de la abuela pero en persona reconoces la maestría del artista (glups). Ayuda el tamaño, claro, pero me parece que las reproducciones de mi abuela no eran de Van de Capelle ni de Van de Velde, nombres por cierto que después de 4 años de carrera de Historia del Arte me sonaban a chino…

Y a chino me sonaba también Paulus Potter, con quien hice un ridículo horroso cuando al ver  una calle con su nombre dije: «ja, que gracia, y este ¿quién es?, ¿el tío de Harry Potter?».

Soy lo peor…cuando vi sus obras en el Rijks, (porque, por cierto, es un pintor), me sentí la más tonta del mundo. Porque además es un pintor estupendo, diría que mejor pintando vacas.

Lo más importante, o lo que más me cambió, fue sin duda los bodegones, aquí y en otros muchos museos de los Países Bajos: Floris Claesz van Dijck, Willem Claesz Heda, Abraham van Beyeren… Y me cambió porque, tras ver tranquilamente tantos y tan buenos bodegones, entendí que había dos tipo de arte: el arte del ruido y el arte del silencio.

El arte del ruido, de la prosa, es aquel que cuenta historias, que tiene muchos personajes, movimiento…el que yo identifico, sobre todo, con el arte italiano.

El arte neerlandés es, sin embargo, el arte del silencio. De la poesía. Son objetos inmóviles, cuyo mensaje está concentrado y hay que desvelar tras los brillos de los materiales y los colores de las flores y las frutas. 

Y con esto me quede fascinada. Otro ejemplo de «lo bueno si breve…». Las historias dispersan: los bodegones concentran. Me parecieron un reposo de paz y un ejemplo de meditación hecha arte. Un limón. Un vaso. Un cuchillo. ¡Fantástico!. Hasta el nombre me gustó!, porque no es igual naturaleza muerta que «still life», claro.

Bueno en realidad disfruté mucho y tuve muchas más revelaciones ya que pasé muchos muchos días en el Rijks, entre otras cosas porque en Holanda tenían un pase anual para los Museos y me salía gratis volver (ja!, que felicidad).

Pero me quiero despedir, por ahora, con dos obras que llamaron mi atención:

El Cupido de Falconet, que me gustó muchísimo (y del que meses más tarde vi otra copia en el Louvre), y la Casa de Muñecas de Petronella Oortman. Con esta última, fijaos si me quedé alucinando que no vi el cristal de protección y me dí un golpe en la cabeza impresionante....pero bueno, como dice una amiga, los altos tenemos esa capacidad de estirarnos mucho y poner la cara de dignidad de «no sé que miras si aquí no ha pasado nada»...

Con el tiempo he descubierto que estas no son casas de muñecas para jugar, como crees al principio, si no reproducciones a escala de tu propio hogar. Yo, que comparto mucho el carácter de hogar del mundo nórdico, entendí aún más el valor de estos objetos.

 Y como el Rijkmusuem tiene tanto tanto que enseñar y tanto con lo que disfrutar (que necesitaría un blog en exclusiva) os dejo el link para que hagáis la visita virtual. Las obras de remodelación las han realizado los españoles Cruz y Ortiz y creo que han realizado una labor magnífica. De repente, todo el Museo añejo está inundado de luz, y, aunque no lo parezca, la luz del norte es estupenda porque es muy estable. Creo que voy a pensar que los españoles hemos llevado la luz a Amsterdam, ¡que me gusta la idea!




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