domingo, 5 de julio de 2015

El Pierrot de Watteau

Para sentir una obra de arte hay que verla en persona. Solo así puedes sentir la energía que emana de la pintura, de la mezcla de los pigmentos. Así te llegan las imperfecciones, los surcos de los pelos de las brochas. En persona sé si un pintor era un soñador, un artesano o un psicópata. Los cuadros vibran. Igual que una energía especial nos recorre cuando estamos enamorados sucede también  con el arte. Sin necesidad de ver. A lo mejor solo después de oler.

Hay cuadros que me han retorcido el alma de manera inesperada, como un flechazo. Porque con reproducciones puedes intuir que una obra es más o menos interesante -las paginas webs de los museos y los Konemann son el meetic de los historiadores-. Pero ¡ah! ingenuo de ti. Cuando menos te lo esperas; cansado y con la cara de abatimiento de turista triatleta...entonces...lo encuentras. El amor de tu vida.

Y lo sabes porque se te ha metido ya bajo la piel; se ha acomodado muy dentro, tan a gusto. Los pelos se te erizan al llegarte ese calambre energético tan especial. La primera vez, tan desconocido. Y sabes que es el amor de tu vida porque te acompañará siempre. Queriéndolo un poco más cada día, si es posible. Aprendiendo un poco más cada día, si eso puede ser.

Y aunque a veces lo olvides, y tengas otras cosas que hacer, y otros amores, de repente... lo recuerdas. Y te vuelves a enamorar. Y recuerdas esa primera vez que os encontrasteis; y como no eres la misma persona gracias a él, y como esperas que él, gracias a ti, tampoco sea lo mismo.

"[...] esto es amor, quien lo probó lo sabe."
             
                   Desmayarse, atraverse, estar furioso. Lope de Vega.

Grandes amores forman mi museo imaginante, y por extensión, mi vida. Obras que he conocido, como no, en grandes museos. Vaya lugar para enamorarse, ¿no?

De algunas, como de La joven de la perla o La Victoria de Samotracia, ya os he hablado anteriormente. Hoy me he acordado de mi gran amigo, y compinche de aventuras: Pierrot. Un gran amor.

A Pierrot lo conocí un día de febrero en el Louvre. Recuerdo que ese año el Sena estaba a punto de desbordarse. Hacía una tarde tan desapacible que los dos encontramos refugio en el Louvre; yo temporal, él sempiterno.

Pierrot mide un poquito más que yo, 1.84. Lo que viene a ser un buen mozo. Trabaja de actor en la Comedia del Arte; no en la del Tívoli de Copenhague, la última en vivo que queda en Europa; si no en una más antigua: en el siglo XVIII.

Pierrot viste de un blanco brillante; aunque la vestimenta no le queda bien. Grande por las mangas, corto por las perneras. Le entiendo. A los altos nos suele pasar. La ropa nos cae, simplemente, como puede. No está el mundo preparado para adaptarse a individualidades.

Pierrot te mira triste, desconcertado y melancólico. Se siente adherido como un cromo a un fondo que no es el suyo. Probablemente a un trabajo que no es el suyo. Como tantos. Como el burro que sujetan como una soga, que nos mira insistentemente como los caballos de La carga de los mamelucos de Goya. Sí, el también está atado por unos seres que nada entienden. Un lúcido entre locos. Un sabio como bestia de carga.

Y así nos mira Pierrot; esclavo de un mundo que nada entiende. Rodeado de gentes que no son si no atrezzo en una actuación insignificante. Pero qué puede hacer él con su consciencia. Qué puede hacer Watteau con esta obra, la última de su corta carrera, cuando le toman por un mero pintor de fiestas galantes; cuando le consideran un mero decorador; cuando muy pocos entienden la profundidad de sus temas y sus reflexiones.

Y al verlo, nos sentimos culpables y responsables de pasar por la vida de puntillas, sin prestar atención: sin Mírale a los ojos. Te lo está diciendo. Te está advirtiendo. Te está llamando. El personaje que se gana la vida haciendo reír es muy distinto en reposo. Él también es una marioneta, pero se ha dado cuenta. Se ha tomado un momento de calma y nada tiene sentido a su alrededor. Tragedia y comedia se unen ineludiblemente sin dejar disfrutar de ninguna de las dos.
mirarle a los ojos.

"La vida es una tragedia para los que sienten, y una comedia para los que piensan".
                           
                                                                                                          Jean de la Bruyere

Hasta las pinceladas son más básicas: esenciales. El color: puro. El blanco en grandes movimientos. Y poco más. Un bodegón con figuras. Arte abstracto en el siglo XVIII. En ese momento en que creemos que todo era frenesí y placer y sin embargo fue el inicio del mundo contemporáneo, de sus miserias y contradicciones: el rococó.

Este estático personaje aún tiene mucho que contarme. Todavía tiene mucho que contarte. Sigue esperando que escuchemos su silencio. 

¿Qué te dice a ti?